“La tragedia de la vida no es la muerte, sino que nos
dejamos morir por dentro mientras aún estamos vivos”, Norman Cousins, periodista norteamericano, que se hizo famoso por sobrevivir 36 años a una enfermedad para la
que le diagnosticaron unos meses de vida, a base de vitamina C y de grandes
dosis de reír.
Son las nueve de la mañana y ya hace calor, pese a que tengo
abiertas las ventanillas delanteras. Trato
de estirarme, dentro de lo que puedo, pero tengo la espalda acartonada. Si
Aunque si solo fuera la espalda: me duele el cuello, no
siento los hombros, tengo las piernas dormidas, el culo entumido y la cabeza
con ese dolor con el que me despierto día tras día desde hace ya seis años. Si,
son seis años ya, desde que aparqué aquí, después de recorrer 600 kilómetros.
Es curioso, que yo me vea así, una persona normal, con una
infancia normal, en una familia normal. Las mejores notas de mi clase, el mejor
delantero del equipo del cole, dos chicas en el instituto que se pegaban por mí
y yo que me pegaba por todas con todos.
Terminé por casarme y por tener “la parejita”. Y quién sabe
por dónde andará el trío. Todavía me duele el pecho y me saltan las lágrimas,
cuando entre trago y trago de Don Simón
pienso en ellos. En sus caras, en su sonrisas,
y cuando llegan sus cumpleaños. Puff, no soy capaz de aguantar esos días
más que con ración triple de vinacho.
Aunque peor que esos días, son sus noches. Salen todos los
trabajadores del centro próximo y yo me quedo más solo aún, con mi alcohol, con
mi coche y el ruido de fondo de otros muchos por la autovía. Cada día lucho,
por estar borracho del todo cuando llega ese momento. Si no lo consigo es
cuando me visitan los fantasmas. Fantasmas que aumentan en Navidad, con esas odiosas lucecitas y esa
musiquita metálica sonando día y noche sin parar: JojoJojojo, titoti titoti
tirotirori…. Ni que fuéramos yanquis.
Y además esa fecha ahí en medio, resonando en mi cabeza: 28,
28, 28 ¡28 DE DICIEMBRE¡ Día de los Inocentes y día en el
yo fui culpable.
Si culpable, de vivir muerto. Culpable de matar el amor de
mi familia. Culpable de llegar a casa borracho una vez más. Culpable de que cuando mi pobre me recriminó, no aguantarme y claro ni ellas
ni mis hijos, me aguantaron más. Culpable, de no pedir perdón e intentar
rehabilitarme. Y culpable de salir corriendo.
Y corriendo corrí, hasta que pasaron 6 años y 600 kilómetros. Y hoy, después de esa carrera,
ese coche,
en el que me escapé de mí
mismo, para vivir prisionero para siempre, sigue siendo la casa donde vivo muerto, puesto
que seis años que fallecí. Que la fuerza
os acompañe.
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